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Desde el malecón

La gran mentira del Período Especial en Cuba

Como periodista encubierto fui a conocer el controvertido bistec de frazada de piso en una piloto (expendio ilegal de cerveza) clandestina en Centro Habana

Plaza de la Revolución

En estos días donde a cada rato comienzan hacer largas filas sobre nuestras cabezas algunos demonios y otros espíritus malignos nacidos durante aquella etapa tan negra que recibió el simbólico nombre de Período Especial, la gente y los medios de prensa desde el exterior han vuelto a abrir esas páginas premonitorias para desempolvar el álbum de los aciagos recuerdos.

Uno de los más socorridos y al mismo tiempo falso, resulta el famoso bistec de frazada de piso. Yo, que viví en carne propia esa época, puedo asegurar que en ningún hogar cubano se sirvió a la mesa tan intrépido plato.

En cambio, sí conocí los también antológicos platos como el picadillo de gofio o cáscara de plátano verde, al igual que aquella engañifa al paladar con la corteza de toronja entre otros compuestos inimaginables para el más osado chef.

Como periodista encubierto fui a conocer el controvertido bistec de frazada de piso en una piloto (expendio ilegal de cerveza) clandestina en Centro Habana, en las cercanías del barrio chino.

Las más depuradas reglas de seguridad reinaban en el lugar. Me atrevería a asegurar que eran tan exquisitas como las vividas en la Europa bajo dominio nazi. La puerta era abierta por una abuelita, tan cándida y dulce, que nadie podía sospechar del soberano relajo que ocultaba a menos de diez metros de una desolada sala donde un Sagrado Corazón daba la bienvenida a los transgresores de la Ley, pero amantes cerveceros.

A la anciana se le debía saludar y a continuación expresarle la seña del día. Una vez que te observaba de arriba a abajo, te recitaba las reglas de la casa consistentes, básicamente, en no gritar y mucho menos armar escándalos.

En una habitación de la vivienda estaba montado el garito. Allí estaba en voz baja el brasileño Roberto Carlos con aquello de cuidar las ballenas. Junto a él, las heladas cervezas embotelladas. Sin muchas opciones para “picar”, el plato fuerte era para cuando la cerveza hacía de las suyas: el pan con bistec, esa frazada ya mil veces usada que, luego de estar un tiempo bajo adobo, era empanizada y colocada entrepanes.

A propósito de la cancioncita del suramericano, algún tiempo después recaló un cachalote en la costa del norteño poblado de Santa Cruz. Al parecer perdió el rumbo o no estaba bien de salud. Los especialistas del Acuario Nacional no lo pudieron determinar. Cuando llegaron al lugar, encontraron solo el esqueleto del cetáceo. Medio pueblo santacruceño, localidades vecinas y hasta la mismísima ciudad de La Habana dieron cuenta de sus restos. Murió en el lugar inadecuado.

Nunca comí el tal pan con “palomilla” disfrazado, pero a muchos de los allí presentes le supo a gloria, si es que la gloria tiene sabor cuando se acompaña con cervezas.

Casi tres décadas después, la ciudad y sus gentes han cambiado en algo. Junto a ellos, el país con mayor presencia de turistas, esas remesas millonarias, un pujante sector privado, con buenas señales de petróleo nacional y un comercio exterior mucho más amplio, aunque endeudado, que aquel con la antigua Unión Soviética.

Tiempos difíciles y la negativa de no pocos para reeditar las penurias de los 90s del siglo pasado.

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