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Europa pierde peso en la Isla a favor de China y Venezuela, pero todavía sirve de base para algunos juegos políticos de consumo interno

La cada vez mayor concentración de los intereses comerciales y económicos de Cuba, que ahora se ciñe sobre todo a sus socios de Venezuela y China, es un hecho contrastado y marca ritmos políticos y actitudes hacia el exterior en las autoridades cubanas. De hecho, esta circunstancia probablemente esté siendo la causa por la que La Habana lleve un tiempo aumentando en volumen e intensidad las críticas y acusaciones de seguidismo hacia la política estadounidense que lanzan las principales figuras cubanas contra la Unión Europea (UE) y que, esta misma semana, han cristalizado en un artículo muy beligerante publicado en Granma por el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón. Un hombre de prestigio que, en ocasiones, ejerce como ministro de Exteriores en las relaciones con EEUU y el Viejo Continente. En los años noventa, los países europeos ejercieron como soporte, quizá menos consistente de lo deseable, de la subsistencia de los ciudadanos de la Isla en los años más negros del Periodo Especial. Ahora, este apoyo resulta menos necesario a ojos del Gobierno cubano, y de ahí el desapego de las manifestaciones de sus representantes más notables. En Cuba siempre se consideró una cucharada demasiado amarga el hecho de que las ayudas europeas se planteasen siempre con la exigencia de contrapartidas políticas o llamadas al respeto de los derechos humanos. Tampoco gustaba la presión que los diplomáticos del Viejo Continente planteaban para conseguir que se liberase a algunos presos de conciencia. Esa es el fundamento de la actual doctrina que da en equiparar prácticamente a todos los países de la UE, siempre en genérico, con EEUU. Una forma usada por el estamento oficial cubano para enviar un mensaje a la población que intenta descalificar indirectamente las peticiones europeas sobre el respeto a los derechos humanos. La cada vez mayor concentración de los intereses comerciales y económicos de Cuba, que ahora se ciñe sobre todo a sus socios de Venezuela y China, es un hecho contrastado y marca ritmos políticos y actitudes hacia el exterior en las autoridades cubanas. De hecho, esta circunstancia probablemente esté siendo la causa por la que La Habana lleve un tiempo aumentando en volumen e intensidad las críticas y acusaciones de seguidismo hacia la política estadounidense que lanzan las principales figuras cubanas contra la Unión Europea (UE) y que, esta misma semana, han cristalizado en un artículo muy beligerante publicado en Granma por el presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón. Un hombre de prestigio que, en ocasiones, ejerce como ministro de Exteriores en las relaciones con EEUU y el Viejo Continente.

En los años noventa, los países europeos ejercieron como soporte, quizá menos consistente de lo deseable, de la subsistencia de los ciudadanos de la Isla en los años más negros del Periodo Especial. Ahora, este apoyo resulta menos necesario a ojos del Gobierno cubano, y de ahí el desapego de las manifestaciones de sus representantes más notables.

En Cuba siempre se consideró una cucharada demasiado amarga el hecho de que las ayudas europeas se planteasen siempre con la exigencia de contrapartidas políticas o llamadas al respeto de los derechos humanos. Tampoco gustaba la presión que los diplomáticos del Viejo Continente planteaban para conseguir que se liberase a algunos presos de conciencia. Esa es el fundamento de la actual doctrina que da en equiparar prácticamente a todos los países de la UE, siempre en genérico, con EEUU. Una forma usada por el estamento oficial cubano para enviar un mensaje a la población que intenta descalificar indirectamente las peticiones europeas sobre el respeto a los derechos humanos.

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