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Los cubanos tienen pocas esperanzas de que llegue ya la apertura prometida

En 15 días...

En el mes de abril del pasado año, se celebró uno de los congresos más esperados del Partido Comunista de Cuba que se cerraría dejando un cierto sabor agridulce incluso en la boca de los analistas políticos más tolerantes con el ‘castrismo‘ evolutivo que parece querer representar Raúl. En el mes de abril del pasado año, se celebró uno de los congresos más esperados del Partido Comunista de Cuba que se cerraría dejando un cierto sabor agridulce incluso en la boca de los analistas políticos más tolerantes con el ‘castrismo‘ evolutivo que parece querer representar Raúl. Y ese clima de moderada decepción llegó a tal extremo que el propio presidente cubano percibió ese ambiente enrarecido y, en su discurso de clausura, remitió a los presentes a la Conferencia del partido único que va a celebrarse a finales de enero, como una nueva cita a tener en cuenta para la concreción de aquellas medidas enunciadas entonces que suponían una cierta evolución en el modelo económico imperante en la Isla desde el triunfo de la Revolución.

El Congreso tuvo quizá la gran virtud de significar un punto y final para muchos postulados básicos del sistema que casi parecían inamovibles y de introducir de forma evolutiva y poco traumática la sombra de asuntos como la propiedad privada con el que, en algún momento, los actuales dirigentes del país tendrán que enfrentarse quieran o no.

Desde entonces, algunos de los compromiso semicontraídos se han ido implementando, más o menos, pero siempre con la indefinición como fórmula. Quizá porque más allá de los titulares a los dirigentes habaneros no les ha interesado dar un contenido real a los avances anunciados nominalmente. Y como resultado las puertas que supuestamente habrían sido abiertas por las nuevas normas, en realidad se mantienen aún casi cerradas.

A estas alturas, sin embargo, lo cierto es que no se sabe nada sobre el empujón final que tendrían que recibir las reformas para que resultaran verdaderamente efectivas. La mayor parte de las liberalizaciones prometidas siguen en el limbo y entre la población existen ya pocas esperanzas al respecto. Y en ese contexto, con un día a día marcado por la necesidad de sobrevivir, como siempre desde hace ya décadas, la mayor de las Antillas continúa su deriva incierta, con una sociedad anestesiada y una clase política que parece dar palos de ciego sin un proyecto ni un objetivo claro que sirva para definir el futuro del país.

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