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La venta de productos de contrabando, auténtica sangría para las arcas del país

AUNQUE el 31 de diciembre terminó, previo ultimátum de las autoridades, la venta de ropa y artículos importados en un sinnúmero de ‘timbiriches‘ y boutiques que florecieron por toda La Habana y en provincias, quienes pensaron que la decisión administrativa cortaría de cuajo la actividad comercial se equivocaron de medio a medio. AUNQUE el 31 de diciembre terminó, previo ultimátum de las autoridades, la venta de ropa y artículos importados en un sinnúmero de ‘timbiriches‘ y boutiques que florecieron por toda La Habana y en provincias, quienes pensaron que la decisión administrativa cortaría de cuajo la actividad comercial se equivocaron de medio a medio. El negocio continúa, quizá en menor volumen, pero perdura, solo que agazapado tras la venta de manufacturas de la peor calidad, aunque los vendedores siguen inscritos como trabajadores por cuenta propia, pagan su licencia por la venta de los cuatro tarecos que ahora tienen en sus ‘timbirichitos‘, y todos felices y contentos, a no ser que algún sagaz inspector les siga la pista y descubra.

La defunción de ese próspero mercado había sido anunciada por las autoridades desde septiembre, pero a los vendedores se les había dado un tiempo de gracia supuestamente para liquidar existencias, y en las sesiones del Parlamento, a mediados de diciembre, el vicepresidente del Consejo de Ministros Marino Murillo había sido tajante: “Hasta el 31 de diciembre. Ni un día más”.

Muchos cerraron definitivamente y han buscado otras fuentes de subsistencia, pero sin dudas una cantidad considerable solo se perdieron de vista, para sumergirse en la “clandestinidad”. En los primeros días abundaron los comentarios de disgusto y reprobación a la medida, tanto de los vendedores como de los potenciales clientes, ya nadie se acuerda. Unos y otros parecen haberse adaptado el nuevo modus operandi.

Lo que falta por ver es qué medidas aplicarán las autoridades, pues el negocio del contrabando representa una considerable sangría para las arcas del país por una fórmula muy sencilla: Los cubanos compran esos productos en CUC, los dueños del negocio cambian los ‘chavitos‘ por dólares que se llevan al extranjero, donde adquieren más productos que las mulas cargan para La Habana.

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