Desde hace meses, los cubanos reciben por su cuota de la libreta un arroz vietnamita, muy barato, pero de pobre calidad, y muchas amas de casa “no acaban de cogerle el golpe” pues si lo cocinan con poca agua queda duro, y si le añaden un poco más, se “empegota” como engrudo. Y ni siquiera con las famosas ollas eléctricas arroceras se resuelve el problema. Desde hace meses, los cubanos reciben por su cuota de la libreta un arroz vietnamita, muy barato, pero de pobre calidad, y muchas amas de casa “no acaban de cogerle el golpe” pues si lo cocinan con poca agua queda duro, y si le añaden un poco más, se “empegota” como engrudo.
Y ni siquiera con las famosas ollas eléctricas arroceras se resuelve el problema. Por ello, algunas amas de casa no paran de buscar fórmulas culinarias, aunque otras, como Ana, han recurrido a las matemáticas para solucionar su problema.
En su familia son siete personas y “les tocan” por la libreta 49 libras del cereal, pero como casi todos almuerzan en el trabajo o en la escuela, a Ana le sobra el arroz, mientras que en otras muchas casas no alcanza para llevarlo a la mesa todos los días del mes, así que se puso a sacar algunas cuentas bien simples, y dio en el blanco.
En el mercado venden, por la libre, arroz brasileño o argentino de excelente calidad, pero mucho más caro, a 5.00 pesos la libra. Ana, entonces, le vende a sus vecinas todo el que recibe su familia por la libreta, a “solo” 3.00 pesos la libra, y con ese dinero adquiere el de procedencia sudamericana.
No pierde nada, le facilita las cosas a sus vecinas y gana con creces, hasta hacerse famosa entre sus amigas por lo bien que cocina “su arroz”, y cuando estas le preguntan cómo lo logra, les responde con una sonrisa y una advertencia: “Si digo el secreto, pierde la gracia”.
