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Abelardo ESTORINO Dramaturgo cubano

Con permiso... Tres preguntas

En declaraciones a la agencia Prensa Latina, el prestigioso dramaturgo cubano Abelardo Estorino asegura que aún sigue sorprendido de haber recibido en 1992 el Premio Nacional de Literatura, incluso antes de que se le concediera el de Teatro que sólo llegó diez años después. Estorino, un renovador de la tradición teatral de la Isla está de plena actualidad en los ambientes artísticos de la mayor de las Antillas gracias a las reediciones de sus comedias completas y la antología de su obra que se presentarán en la próxima feria del libro de La Habana, junto a tres estudios dedicados a su obra. -¿Sigue sorprendido de que le concedieran hace trece años el Premio Nacional de Literatura de Cuba?

-La verdad es que sí. Lo recibí en 1992, diez años antes de que me dieran el de Teatro que, por cierto, me hubiera gustado disfrutar con menos años. Pero pienso que para dar estos galardones lo que cuenta son las historias clínicas, ser el que queda vivo con más edad en ese momento. Y yo tenía 77 años, de modo que me tocaba. Ese sí, el otro no. De hecho, muchos intelectuales cubanos consideran, y han considerado históricamente que el texto dramático no es, en realidad, un texto literario. Hubo un momento que hasta se nos quiso dejar fuera de la Unión de Escritores y Artistas (UNEAC) y tuvimos que batallar mucho para conseguir nuestra permanencias. De todas formas, es cierto que algunos dramaturgos quizá se hayan despreocupado mucho del lenguajes y ese puede ser el motivo por el que sus obras no parecen literatura. Pero, en mi caso, siempre he pensado que algo que no de gusto leer no puede servir para ser escuchado y el cuidado del lenguaje ha sido una parte fundamental del estilo que he ido forjando a lo largo de todos estos años de trabajo.

-¿Cómo afronta las reediciones de su obra que van a ser publicadas coincidiendo con la próxima Feria del Libro?

-Pues, digamos que de una forma activa, porque tampoco queda otro remedio. Sobre todo, en el caso, de la edición especial de mis comedias completas. He tenido que retocar “Hay un muerto en la calle”, la primera obra que escribí, en 1954. Había que arreglarla para permitir que este material inédito figurase en la antología. De hecho, aún reniego formalmente de ella y ese es el motivo por el que nunca se había publicado. Los otros libros que van a aparecer no han necesitado mi intervención. Se va a reeditar “Teatro escogido” y también se van a presentar un par de estudios dedicados a mí que se han terminado recientemente: Uno de Reinaldo Montero y otro de Vivian Martínez Tabares. Junto a esos trabajos, que abordan una panorámica de mi obra en general, aparecerá otro de Omar Valiño sobre “La casa vieja”. Además va a aparecer un volumen con “La historia de amor secreto de don José Jacinto Milanés” y su versión “Vagos rumores”. Y este libro contará con un estudio preliminar sobre ambas obras de teatro que ha realizado Abel González Melo.

-¿Cuánto le debe su obra al tiempo que ha pasado ligado al Teatro Estudio de Cuba?

-Yo me considero un producto del Teatro Estudio, al que llegué en 1960 y que era la agrupación más vanguardista que uno podía encontrar en ese periodo. Antes, en 1956 había estrenado mi primera obra “El peine y el espejo”, pero allí escribí nada más llegar “El robo del cochino”, que la crítica aún considera como una de mis obras emblemáticas. Y lo cierto es que las primeras obras que escribí se las debo sobre todo al impulso que me dieron allí para seguir trabajando. Los actores de aquel colectivo estaban marcados por el trabajo que hacían los responsables Raquel y Vicente Revuelta, que se alejaron frontalmente del teatro comercial para buscar nuevas tendencias. Luego sucede que nunca he sido una persona que se limitara a un grupo o a un estilo concreto. A mí me interesa todo el teatro. Y pienso que esa característica mía es la que me ha hecho conservarme y interesarme en nuevas formas y no permanecer estático. Por eso nunca pienso en los actores a la hora de redactar. Me interesan los personajes.  Y, la verdad es que cuando he dirigido teatro he tenido la sensación de que empobrecía mis obras.

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