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El viejo anticastrismo regresa a la escena con un nuevo enemigo

La inminente llega de Donald Trump a la Casa Blanca ha resucitado lo que parecían viejos fantasmas en la relación entre Cuba y EE.UU que amenazarían con volver a congelarse si hiciésemos caso a declaraciones como las del que será su secretario de Estado, Rex Tillerson. La inminente llega de Donald Trump a la Casa Blanca ha resucitado lo que parecían viejos fantasmas en la relación entre Cuba y EE.UU que amenazarían con volver a congelarse si hiciésemos caso a declaraciones como las del que será su secretario de Estado, Rex Tillerson.

El que será nuevo responsable de Exteriores del país norteamericano ha afirmado esta misma semana que el presidente electo revisará la relación bilateral con Cuba «de arriba abajo». Un afirmación que, por si no fuese lo suficientemente contudente, completó señalando que incluiría la decisión de Barack Obama de retirar a Cuba de la lista de Estados patrocinadores del terrorismo.

Por supuesto, también una revisión integral de las órdenes ejecutivas con las que Obama ha conseguido limitar en gran parte la Ley del embargo. Un aspecto que, sin embargo, podría resultar decisivo para que la confrontación que se produzca entre los dos países se quede sobre todo en el ámbito de la escenificación, ya que revertir los vínculos económicos formados en este tiempo también tendrían costes para los fieles a Trump.

Es ahí donde cobra todo su sentido el retorno a escena de otros ‘viejos fantasmas’ de las relaciones entre los dos países: ese rancio anticastrismo radical que la llegada de Trump parece haber revitalizado. Tanto por el factor identitario que ha empoderado a posiciones políticas que se consideraban superadas, como sobre todo porque ahora aspiran a recuperar las ‘subvenciones’ que les retiró Obama.

Lo cierto es que tienen motivos para pensarlo ya que, aún a riesgo de ser devorado por su personaje, Trump necesitará continuar, al menos en parte, con su escenificación de campaña. Por ello, aunque sea con ‘balas de fogueo’, los gestos de tensión entre Washington y La Habana van a proliferar.

Será entonces cuando esos viejos anticastristas podrán jugar un gran papel como azote del regimen de la Isla en esa comedia que Trump necesita montar… con una gran particularidad: el nuevo gran enemigo ya no se apellida Castro. Ahora, son las redes corruptas que habría en torno a las Fuerzas Armadas las destinadas a tomar el principal papel de un nuevo antagonismo con vocación de extenderse en el tiempo.

Así, por ejemplo, el «Diario de las Américas» ha publicado estos días un extenso reportaje en el que aprovecha el escándalo en torno a las operaciones de financiamiento del Banco Nacional de Desenvolvimento Económico e Social (BNDES) de Brasil al gigante de la construcción carioca Odebrecht para insinuar que las Fuerzas Armadas cubanas se habrían quedado con gran parte del coste del megapuerto del Mariel.

Una obra que según un trabajo de investigación publicado en dicho diario no sólo habría incurrido en un sobrecoste pavoroso, sino que además sería prácticamente inservible. Y apunta a un culpable claro: «GAESA, el consorcio militar que controla el 80% de la economía cubana con la debida patente de corso para mantener en secreto el destino y empleo del dinero que controla».

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