Un taxi rutero con un nombre peculiar en Santa Cruz del Norte. La creatividad en tiempos difíciles.
La tradición del ingenio popular en Cuba no nació de la miseria ni de la esclavitud, sino de una herencia cultural más antigua, marcada por la astucia, el humor y la capacidad para encontrar grietas en la realidad. De aquellos relatos del Lazarillo de Tormes a las historias urbanas que aún hoy se escuchan en La Habana, la picaresca funciona como una especie de mecanismo de defensa colectiva: una forma de aliviar lo rutinario, de burlar lo gris y de recordarnos que, pese a todo, todavía existe el impulso de reír.
La tradición pícara en Cuba conecta épocas distintas, desde crónicas coloniales hasta pequeñas travesuras urbanas
La picaresca criolla, contrariamente a ciertos mitos, no nació en los barracones de esclavos, donde el sufrimiento dejaba poco espacio para las bromas. Llegó con los primeros españoles, cuyas tripulaciones ya cargaban historias que mezclaban irreverencia y supervivencia. Ese espíritu viajero, mezclado luego con la vida insular, dio forma a un tipo de astucia muy cubana: improvisada, humorística y, en ocasiones, digna de una novela.
La picaresca cubana se nutre de una mezcla cultural compleja donde el humor se convierte en brújula social
Ya en los años 80, un policía curioso descubrió un movimiento inusual en un chalet cercano a la ronera Havana Club, en Santa Cruz del Norte. El “entra y sale” despertó sospechas hasta que salió a la luz el truco: un plomero ingenioso había conectado la tubería doméstica con los tanques del ron. Desde su cocina, el líquido corría como si fuera agua corriente. Ese episodio, vivido y contado infinidad de veces, asombraba incluso a amigos españoles, olvidando que el Lazarillo utilizaba técnicas parecidas para chupar vino sin permiso.
Las pequeñas trampas del día a día forman parte de un imaginario popular que se resiste a desaparecer
En la actualidad, con un transporte público en crisis, un taxi rutero contratado por una empresa estatal realiza a diario la entrada y salida de sus trabajadores. Nadie repara demasiado en el vehículo, acostumbrados a su presencia, hasta que alguien nota lo invisible: una mínima rayita borrada en la letra “r” altera el rótulo. Lo que debía leerse “Taxi Rutero” aparece como un inesperado Taxi Putero.
La transformación, tan sencilla como efectiva, desata sonrisas en su recorrido. Cada tarde, al pasar el vehículo lleno de trabajadoras, no faltan los atrevidos que lanzan guiños cómplices, un gesto sutil en la comisura de los labios, como si la ciudad necesitara recordar que el humor, a veces, es la única forma de resistencia.
Nadie desconoce lo difíciles que son los tiempos, ni la magnitud de lo que falta. Pero mientras en la isla siga existiendo la capacidad de convertir una letra en una carcajada, la picaresca seguirá viva, persistente y luminosa, recordándonos que incluso en el peor momento queda espacio para un gesto travieso.
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