Cheo el merolico está acabando con la quinta y con los mangos. Cheo el merolico está acabando con la quinta y con los mangos. Ahora le ha dado por revender las frazadas de limpiar el piso a 40.00 pesos, casi 2.00 CUC, cuando en el mercado solo cuestan 20.00 pesos, que para el cortísimo salario del cubano común y corriente ya es más que bastante. En Cuba las amas de casa limpian el piso igualito que como lo hacían sus abuelas y bisabuelas y posiblemente como lo hacían hasta las negras esclavas de la época de la colonia, con un palo de trapear y una colcha que enjuagan y exprimen en un balde para pasarlas empapadas en agua por los pisos de lozas hasta dejarlos brillando si antes no terminan con dolor en los riñones. La tecnología en esa actividad de la vida no ha avanzado en la isla ni un ápice a pesar de los beneficios a favor de la igualdad de la mujer, porque aunque limpiar el piso le puede tocar a cualquiera, ellas son las que a la larga terminan dando palo y frazada a derecha e izquierda. Nada de fregonas, mopas o demás artilugios que según se dice alivian el insoportabe trabajo doméstico y ni pensar en las aspiradoras eléctricas, porque esas nunca progresaron en un país donde las alfombras son solo para los hoteles y lo que vale para limpiar, refrescar el ambiente o incluso botar a las malos espíritus de la casa es tirar agua «a trote y moche». Pero lo peor es que las frazadas están perdidas del mercado porque la industria no da a basto, las materias primas de afuera nunca llegan a tiempo y un largo etcétera. Por eso, cuando las sacan a la venta, Cheo el merolico y los que como él están a la viva, corren para la tienda, las acaparan y luego las sacan en sus timbiriches o se las venden a usted en cualquier esquina al doble de lo que le costaron. Cuando Cheo tocó a la puerta para ofrecer su apetecida mercancía, mi esposa casi lo recibe con los brazos abiertos, pero cuando le dijo que costaban «cuarenta pesitos nada más», a ella se le dilataron las pupilas, se le aceleró el pulso y poco faltó para que lo linchara allí mismo. Solo atinó a decir entre dientes un «¡Cheo, estás apretando!», pero finalmente transó por la frazada de sus pesadillas cuando el merolico, fresco como una lechuga, le aseguró: «Que’vá mamá, si te la traje a ti porque eres clienta fija, porque al paso que va la cosa ahorita están a sesenta»…
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CHEO ESTÁ ACABANDO
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