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¡Que vienen los gringos, los yankis, los yumas!

La voz comenzó a cundir desde el pasado 17 de diciembre entre los cubanos de Cuba, todos con sorpresa, unos con alarma, otros con euforia y quizás los más con dosis compartidas de las tres sensaciones. La voz comenzó a cundir desde el pasado 17 de diciembre entre los cubanos de Cuba, todos con sorpresa, unos con alarma, otros con euforia y quizás los más con dosis compartidas de las tres sensaciones.

Pero como desde entonces no ha pasado nada más que los anuncios de un posible restablecimiento de relaciones diplomáticas que parece alargarse en el tiempo más de lo esperado por la mayoría, últimamente la sensación de que los vecinos del norte están al doblar de la esquina se va cimentando a partir de hechos o sucesos aislados, algunos muy importantes, otros no tanto y casi todos indicadores de que las cosas pueden cambiar.

Si a algunos les quedaban dudas de ello, estas debieron esfumarse el pasado sábado, cuando los presidentes Barack Obama y Raúl Castro despejaron todas las expectativas que existían previas a la VII Cumbre de las Américas, celebrada en Panamá, en la cual la dispareja pareja se robó el show.

Así, para gusto de muchos y disgusto de algunos a los dos lados del estrecho de la Florida, no solo se dieron la mano informalmente y casi por casualidad durante la llegada de los máximos gobernantes al plenario, sino que antes dejaron trascender a la prensa que habían hablado telefónicamente.

En su discurso ante los jefes de Estado, como era de esperar Obama reiteró su mensaje de que es necesario cambiar la política de 50 años que no les ha dado los resultados esperados y más bien ha sido contraproducente, mientras que Raúl Castro sorprendió no solo al auditorio de gente importante reunida en Panamá, sino a los propios cubanos de la isla, al colmar de elogios entre aplausos a un Obama casi ruborizado, después de -valga la aclaración- tirarle con todos los hierros a la política imperial de Estados Unidos hacia América Latina en general y Cuba en particular.

Y para cerrar con broche de oro, después ambos se reunieron durante hora y media, tiempo más que suficiente para que dos estadistas arreglen el mundo, e informaron personalmente ante cámaras y micrófonos sentados muy cerca uno del otro, sobre los principales aspectos de las pláticas, con un mensaje claro de ambas partes para todo el mundo: Desenredar los entuertos de medio siglo va a costar trabajo, pero no hay de otra.

Así que aunque el restablecimiento de relaciones aun no llega; aunque la oficina de intereses de Cuba en Washington sigue sin un banco para sus gestiones financieras; aunque sacar a la isla de la lista de naciones terroristas parece mucho más trabajoso de lo que fue incluirla, y aunque el embargo-bloqueo sigue tan fresco como el primer día, el cambio de política ya es un hecho y deberá hacerse realidad más tarde o más temprano.

El puertorriqueño Marc Anthony y el colombiano Carlos Vives no son gringos, ni yankis ni yumas según llaman indistintamente los cubanos a los procedentes del país norteño, pero tienen sus disqueras allá, les pagan allá, y eso es suficiente para que hasta hoy no hayan podido poner un pie en las isla, so pena de sufrir las consecuencias del bloqueo-embargo y alguna que otra represalia de los fundamentalistas cubanos que radican en Miami.

Sin embargo, como muestra de ese cambio que se siente pero todavía no se ve, ambas celebridades, que realizan por estos días una gira de conciertos por ciudades de Estados Unidos, Canadá y Puerto Rico, manifestaron hace pocos días su interés por cantar en Cuba en algún momento.

«Aunque nada está planificado, obviamente siempre ha estado presente en mi mente ir a Cuba, porque he podido viajar al mundo entero y nunca he podido pisar la tierra donde nació la música que interpreto… Me encantaría dar un concierto en Cuba», dijo Anthony a periodistas en Miami.

Vives, por su parte, expresó que «toda Latinoamérica ha recibido con cariño al pueblo de Cuba y todo lo que Cuba nos ha dado, así que a mí me fascinaría también algún día cantar en Cuba».

Otros ya se le adelantaron y pisaron tierra isleña, como The Dead Daysies, que pusieron a saltar a los muchos seguidores del rock en Cuba, y figuras de la jet set, como la supermodelo Naomy Campbell, que ha estado otras veces en Cuba pero esta vez anduvo buscando unos habanos Cohiba especiales que, misteriosamente, ya se habían agotado en las tiendas especializadas de La Habana, y hasta la mismísima Paris Hilton, que entre otras estridencias se tomó un selfie con el hijo mayor de Fidel Castro y bailó en alguna de las discotecas del enorme hotel que una vez fue administrado por la multinacional de sus abuelos.

Pero el desembarco de los yumas también se aprecia, aunque todavía entre bambalinas, en el terreno deportivo, porque otro que no es yanqui, el presidente de la Confederación de Béisbol Profesional del Caribe (CBPC), Juan Francisco Puello, estuvo por estos días en la isla para tratar con la Federación Cubana de ese deporte la posible incorporación de Cuba como miembro pleno a la CBPC.

Esa confederación es algo así como una prolongación de las Ligas Mayores estadunidenses, que hasta ahora han estado cerradas a los peloteros que viven en la isla, aunque siempre ha abierto sus puertas de par en par con contratos multimillonarios a aquellos que han abandonado definitivamente el país.

Sin embargo, el run run en las peñas beisboleras de La Habana e incluso más allá es que «algo puede estar cocinándose» también a nivel de las Mayores.

Hace solo unos días una de las figuras más destacadas de ese deporte, Yuliesky Gurriel, rescindió su contrato de más de tres millones de dólares con un club japonés, y tanto la parte cubana como la nipona dijeron públicamente en un tono más que mesurado, estar de acuerdo y comprender la decisión. El propio Gurriel, quien ha afirmado que no abandona su país, había confesado a la prensa no hace mucho que su mayor aspiración era poder jugar algún día con los Gigantes de Nueva York, a quienes definió como sus ídolos.

«El día menos pensados nos dan la sorpresa» dicen algunos aficionados, quienes especulan, no sin razón, que «tirar por la borda tres millones de dólares sin más ni más, huele a queso»…

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