Viviendo en Miami y cobrando en La Habana

«¿Quién lo iba a decir?», se preguntó Evelio, hablando solo. «Resulta que dicen que los cubanos de Miami no pueden invertir en Cuba, pero el colmo es que los hay que se quedaron sin pincha allá y están viviendo de lo que ganan aquí». «¿Quién lo iba a decir?», se preguntó Evelio, hablando solo. «Resulta que dicen que los cubanos de Miami no pueden invertir en Cuba, pero el colmo es que los hay que se quedaron sin pincha allá y están viviendo de lo que ganan aquí».

Pues sí señor, lo primero es cierto, y no hay ley, por ahora, que autorice a los cubanos que viven fuera, especialmente a los radicados en Estados Unidos, a invertir en la isla, pero por debajo de la manga esto está ocurriendo, pues de buenas a primeras aparecen restaurantes y otros negocios a los que se ve a simple vista que le han echado un montón de dólares o euros encima y todo el mundo se pregunta de donde salió la plata, pues Pancho, su dueño, hasta el otro día no tenía ni donde caerse muerto, a no ser que tuviera una «guanajita echada».

Pero el que se la comió fue Calixto, que se fue jovencito cuando el éxodo de El Mariel, ya hace bastantes años, y si no le fue mal allá, tampoco le fue como soñaba; sencillamente ha tenido que trabajar como un mulo para ahorrar y tener su negocio.

Y quién le iba a decir que el negocio lo iba a tener en la misma Habana, de donde se fue echando un pie en una lancha.

Con la crisis Calixto se quedó sin trabajo, pero le quedaron en el banco unos buenos miles que estaba ahorrando para montar un barcito o algo parecido en Miami. Y como las cosas andan cambiando en Cuba, pensó: «Este es el momento de tirarme con la guagua andando, así que voy para allá».

Y el hombre sacó cuentas, buscó el negocio que parece más rentable en Cuba en este momento, que es el de los taxis, y allá va eso. Viajó de visita a ver a la parentela y «cuadró» para comprar un almendrón que puso a nombre de un primo, este le cobra y le guarda el dinero, que luego cambia por dólares en las casas de cambio o en el mercado negro, que es más rentable, y así, Calixto ya va por el cuarto almendrón comprado bajo el mismo modus operandi.

Viaja a La Habana por lo menos una vez al mes, la pasa bien en compañía de sus familiares-socios, y parte para Miami con el fruto de su chispa empresarial.

«Allá vivo mejor, pero gracias a lo que ganó aquí. ¿Quién me lo iba a decir? Solo espero poder seguir progresando, pero si algún día me cortan el agua y la luz, ya sean los de aquí o los de allá, pues que me quiten lo bailao».

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