Enfermo en un Hospital de La Habana
La villa de San Juan de los Remedios, en Cuba, no solo es conocida por sus tradicionales parrandas ni por haber sido cuna del general Dámaso Berenguer y Fusté —expresidente del Gobierno en España—. También es el escenario donde la memoria de la infancia, los rituales familiares y los ecos de una religiosidad popular se mezclan con los avatares de la enfermedad y la pasión por la música.
La memoria infantil del agua y la realidad del cáncer terminaron entrelazándose en un símbolo inesperado: la necesidad constante de acudir a los baños del Teatro Nacional durante la gala
En medio de la convalecencia de una doble operación de próstata y vejiga, la vida llevó al protagonista de esta historia a un inesperado escenario: la gala de los premios Cuerda Viva, uno de los mayores espectáculos musicales de la televisión cubana en sus 65 años de historia.
Las parrandas remedianas, celebradas cada diciembre, eran el punto de encuentro familiar. En la vieja casona colonial, los primos se reunían en torno a la abuela, que imponía un ritual nocturno: abrir un grifo en el patio para que todos, de manera casi automática, vaciaran la vejiga antes de dormir. Un Padrenuestro y un Ave María cerraban el día.
Ese recuerdo íntimo reapareció décadas después, cuando la enfermedad obligó a enfrentarse a quirófano y tratamientos. En el Instituto de Oncología y Radiobiología de La Habana, los urólogos Edgar y Tony realizaron la intervención que marcó una nueva etapa de vida.
El humor, la música y la memoria se convierten así en una tabla de salvación frente al cáncer, reafirmando que incluso en la adversidad hay espacio para la esperanza
El espectáculo, dirigido por Ana María Rabasa y con guion de Cary Rojas, fue una demostración del talento musical y audiovisual cubano. Durante casi cinco horas, la televisión transmitió en vivo una producción que muchos califican como histórica.
La experiencia, sin embargo, estuvo marcada por las continuas idas al baño. Entre canción y canción, la encargada de limpieza del Teatro Nacional se convirtió en una especie de confidente silenciosa, recibiendo al convaleciente con paciencia y buen humor.
La paradoja era inevitable: mientras en el escenario brillaban artistas y luces, en los pasillos del teatro se libraba otra batalla mucho más personal, la de convivir con las secuelas de la enfermedad sin renunciar a la vida cultural.
Los especialistas aseguran que la necesidad de orinar al escuchar agua tiene también un componente psicológico. Tal vez por eso, y en tono de humor, el protagonista pide a un amigo en Nueva York un disfraz de Superman “con portañuela para grifos y grandes espectáculos donde no se abandone la platea”.
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