En contra de la corriente

Los cubanos parecen ir a contracorriente en algunas cosas en esta vida. Un caso que está a la vista es el uso de la bicicleta. Los cubanos parecen ir a contracorriente en algunas cosas en esta vida. Un caso que está a la vista es el uso de la bicicleta.

A estas alturas, cuando dicen en todas partes que se está agotando el petróleo en el planeta y que la contaminación hace estragos en muchas grandes ciudades, no son pocos los gobiernos que promueven el uso de la bicicleta, que resulta un medio económico, es ecológico y además ayuda a combatir el sedentarismo, ese mal que acompaña a las comodidades de la vida moderna.

En Cuba no.

Hubo un tiempo en que las bicicletas pululaban por todas las ciudades de la isla, pero no para salvar el medio ambiente y mucho menos para combatir el sedentarismo, pues de tanto caminar y de tan poco comer los gordos estuvieron a punto de desaparecer, sino porque se cerró la tubería por donde llegaba de la Unión Soviética el petróleo, y junto con él pasó a mejor vida el transporte urbano, mientras que los automóviles se convirtieron en un suplicio para sus propietarios.

Se puede afirmar que el país «se movía» gracias a las bicicletas, que ayudaron a la mayoría a ir al trabajo o a la escuela, a resolver mil problemas e incluso para ir de paseo con los niños a la playa cargando con nevera y sombrilla incluidas.

El gobierno echó a andar fábricas de bicicletas chinas de los modelos menos sofisticados y seguramente más resistentes, pues pesaban una toneladas y había que tener buenos músculos para dar pedales durante kilómetros y kilómetros. También se fabricaban Made in Cuba, pero tan malas las pobres que mejor era andar a pie. Florecieron los oficios de poncheros y de parqueadores, que eran más que rentables, y hubo hasta quien se agenció un motorcito y, cuando había luz, cobraba por echarle aire a las llantas…

Un dirigente juvenil, defenestrado años más tarde, llegó a decir que «las bicicletas llegaron para quedarse». El pobre, no sabía lo que decía…

Hoy es raro ver gomas, cámaras y otras piezas en el mercado estatal, y fuera de ahí cuestan oro. Nadie sabe a ciencia cierta si las fábricas los chinos se las llevaron de vuelta o se dedican a otra cosa; los «poncheros» han tenido que ampliar su «perfil profesional», y buscar donde parquear una bici sin riesgo a que la roben es casi imposible pues los parqueadores cambiaron de oficio para no morirse de hambre.

Al parecer, con la relativa bonanza del petróleo venezolano a las autoridades se les ha olvidado que las bicis son económicas, ecológicas y saludables. Hoy casi no circulan por las calles -los autos, en cambio con cada vez más numerosos- y tener una se ha convertido en un lujo, pues ya ni se regalan ni se venden en los centros de trabajo como sucedía en los duros años 90, sino que hay que adquirirlas en las shoping, pero tan caras que muchos dicen que ahorrando un poquito más se pueden comprar un carro.

Y ni así.

Un vecino tuvo la loca idea de comprar en una conocida cadena de tiendas nada menos que una bicicleta eléctrica. Era una maravilla. Pero un día se le rompió y entonces se enteró que en las tiendas no había piezas de repuesto, ni siquiera las baterías que son el combustible del sofisticado artefacto. El hombre estaba tan desesperado que publicó su queja en el Granma, pero nos imaginamos que debe seguir con la bicicleta guardada en su casa porque los aludidos no se han dado por enterados, al menos públicamente.

Pero las lustrosas todo terreno se siguen vendiendo en las tiendas, aparecen nuevos modelos con precios más altos todavía, y lo peor de todo es que siempre aparece un bobito que muerde el anzuelo, pensando en la ecología, la economía y la lucha contra el sedentarismo…

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