Está de más decir que Cuba es un archipiélago del Caribe con un sinnúmero de playas fabulosas, pero si nos guiamos por la presencia de los frutos del mar en los mercados, habrá que concluir que es un oasis enclavado en medio del Sáhara, o que está rodeada de cemento. Está de más decir que Cuba es un archipiélago del Caribe con un sinnúmero de playas fabulosas, pero si nos guiamos por la presencia de los frutos del mar en los mercados, habrá que concluir que es un oasis enclavado en medio del Sáhara, o que está rodeada de cemento. Hace mucho tiempo mensualmente por la libreta de abastecimientos se podía adquirir una cuota de pescado, aunque casi siempre eran macarelas o jureles congelados como rocas, procedentes de los confines del mundo. Luego, durante breve tiempo, los congelados dejaron su lugar a otros jureles y macarelas, pero enlatados y que, como se indicaba claramente en las etiquetas, habían viajado desde Chile o Perú. Desde hace buen tiempo todo indica que se ha descubierto que el mejor lugar para la cría de pollos es el mar, pues ya todo el mundo se ha acostumbrado a recibir por la libreta «pollo por pescado» y los jureles y macarelas que una vez llegaron a repugnar el paladar de muchos, se han convertido en piezas codiciadas y manjar exclusivo de las dietas para enfermos, que también se distribuyen por la famosa libreta.
Los pargos, chernas, rabirrubias, cuberas, atunes, sierras, emperadores, agujas y otros muchos de la variopinta fauna de los mares tropicales son nombres exóticos que «vuelan» de las pescaderías donde se venden «por la libre» y, por tanto, con precios «por las nubes».
Todo indica que los calamares y bacalaos ya se extinguieron en el planeta, porque desde hace mucho no se ven por ninguna parte, mientras que los mariscos no han corrido la misma suerte pero bien pueden extinguir el salario del mes si usted se lanza a comprar, por ejemplo, un kilo de camarones enteros a 80 pesos. El panorama en las shoping no anda muy lejos, pues los pargos y langostas son manjares de reyes que se encuentran solo en algún que otro supermercado, y lo que más abunda, y también hay que pensarlo para comprarlas, son las laticas de atún o sardinas, traídas, por supuesto, desde muy lejos.
Claro, siempre existen los vendedores en «bolsa negra» que le llevan a usted a la puerta de la casa rosados pargos, sierras brillantes y enormes colas de langosta, pero como brindan servicio a domicilio y además deben sortear los peligros de que les sea decomisada la mercancía por algún malvado inspector, no se inmutan lo más mínimo a la hora de ponerle precios a sus productos.
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Una isla rodeada de cemento
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