El compromiso existía. Antes del 31 de diciembre, el Gobierno tenía que aprobar nuevas normas para liberalizar la compraventa de automóviles y la de pisos y apartamentos. El compromiso existía. Antes del 31 de diciembre, el Gobierno tenía que aprobar nuevas normas para liberalizar la compraventa de automóviles y la de pisos y apartamentos. De momento, el 50% de lo que se prometió ha sido llevado a cabo. O, para ser más exactos, se ha publicado un texto, de intrincada y difusa redacción, en el cuál, todavía con muchas limitaciones y asuntos de difícil comprensión, se instaura la posibilidad de que los cubanos puedan acceder a la posesión de un automóvil, más o menos flamante.
Ahora queda por ver qué sucederá con la parte de la promesa, anteriormente citada, en la que el Gobierno de la mayor de las Antillas hacía referencia a lo relacionado con la propiedad inmobiliaria. La duda no es tanto si habrá o no habrá una ley, o una norma que ponga blanco sobre negro el cumplimiento de la promesa efectuada. Es, sólo, si las reglas que se impondrán a las posibles transacciones sirven para hacer imposible el ejercicio de los derechos que se consagren.
Y, mientras, tras la revolución de los automóviles asistimos a un cruce de declaraciones encontradas al respecto. Para algunos sectores de la comunidad cubana residente en Florida, la ley liberalizadora supone un paso adelante en las reformas prometidas por Raúl Castro para cambiar por completo el modelo económico cubano y avanzar en la instauración de principios de mercado y de un modelo político más democrático.
Para otros, entre los que está el propio presidente de EEUU, Barack Obama, por ahora, Raúl no ha dado pasos significativos hacia el objetivo que dice haberse propuesto. O por lo menos, no los suficientes para que puedan producirse cambios apreciables en la política que Washington sigue hacia La Habana. Esto es, al menos, lo que indican las declaraciones oficiales del actual inquilino de la Casa Blanca y, sin embargo, algunos politólogos que llevan años en la tarea de analizar con detalle las relaciones entre los dos viejos enemigos históricos dan casi por hecho que sí se mueven cosas y existe un juego subterráneo muy fluido que se traduce en intercambios comerciales, viajes y quizá algo más.
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