Algunos cubanólogos pertinaces han dado en intuir que, en los últimos tiempos buena parte de los movimientos que se producen en la Isla, justamente aquellos que más importancia pueden tener para el futuro del país, se quedan fuera de los grandes titulares que recoge la prensa internacional. Algunos cubanólogos pertinaces han dado en intuir que, en los últimos tiempos buena parte de los movimientos que se producen en la Isla, justamente aquellos que más importancia pueden tener para el futuro del país, se quedan fuera de los grandes titulares que recoge la prensa internacional. Sería algo así, como si algunos de los grandes protagonistas de esta historia, aún sin contar, estuvieran buscando zonas de penumbra informativa para urdir con la tranquilidad necesaria los acuerdos que aseguraran una posible transición tranquila.
De hecho, es en estos recónditos espacios en los que se suceden acontecimientos, aparentemente inconexos, que parecen dibujar la nueva orografía social de este particular enclave caribeño. En estos días, hemos sido testigos de uno de los máximos exponentes de este tipo de sucedidos que sería necesario no perder de vista. Se trata de la publicación para consumo interno, en una de las revistas oficiales de la Iglesia católica, de una entrevista con Carlos Saladrigas, un hombre de Miami, uno de los grandes banqueros hispanos de Florida que en los últimos meses ha pasado un par de veces por La Habana en viajes discretos de los que no se ha informado apenas.
En la entrevista, que tiene y ha tenido ya una amplia difusión en la Isla, Saladrigas ha realizado unas declaraciones que tendrán, y quizá tengan ya, una importancia vital en los procesos que están y van a estar en marcha en Cuba en los próximos meses. Sus palabras son toda una declaración de intenciones, cuando explica que hay muchos cubanos residentes en el exterior, con capacidad para aportar financiación a la economía cubana que, en este momento podrían regresar al país para crear riqueza. Ellos están dispuestos a encontrar socios locales con quienes trabajar, pero no quieren ser considerados como inversores internacionales. Serían otra cosa, los capitalistas nacionales que ayudarían a que el tejido productivo privado se desarrollase por fin.
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