“Nadie sabe con exactitud a quién se le ocurrió en Cuba llamar ‘tupamaros’ a los cigarrillos falsificados que pululan por todas las tiendas de La Habana. “Nadie sabe con exactitud a quién se le ocurrió en Cuba llamar ‘tupamaros’ a los cigarrillos falsificados que pululan por todas las tiendas de La Habana. Quizá ello obedezca a su condición de ser el producto de un negocio que se mueve en la más absoluta clandestinidad, como hacía el famoso grupo guerrillero que en la década de los 70 mantuvo en jaque a las dictaduras del cono suramericano; un nombre muy apropiado entonces, de la misma manera que a quienes emigran desde el interior del país hacia La Habana, se les dice palestinos, por aquello de que no tienen donde vivir.
Pero el caso es que los ‘tupamaros’ han proliferado de manera alarmante en los últimos tiempos, sin atisbo alguno hasta el momento de que las autoridades den al traste con la vasta red que se encarga de su producción, distribución y comercialización.
Y los fumadores no salen de una pesadilla para entrar en otra, pues encima de que fumar daña la salud y de que un cartelito en los paquetes de cigarrillos advierte “gana tu vida, no pierdas tu belleza, no fumes”, cuando adquieren ‘tupamaros’, el primer síntoma de la falsificación es una mueca por el sabor desagradable y amargo de lo que se supone sea tabaco.
En lo que todos coinciden es que el negocio es en grande y abarca a buena parte de la red comercial estatal, donde se venden los «Criollos», la marca más popular y principal víctima del plagio. “Los tipos que están metidos en eso deben estar ganando millones, porque los ‘tupamaros’ se venden en todas partes y todos salen del mismo lugar, pues son idénticos, así que deben tener pesos suficientes para ‘tocar’ a cuanto inspector o administrador se les pare enfrente, y por eso no los agarran”, afirma Carmela, una bodeguera que asegura que en su tienda “jamás he vendido un tupamaro, porque eso es meterse en candela»”.
Lo peor del caso es que las víctimas caen una y otra vez, porque es casi imposible diferenciar lo falso de lo legítimo, pues desde las envolturas a los sellos, pasando por el papel con que se fabrican los cigarrillos, todo es idéntico, y cada vez que las autoridades agregan algún detalle para evitar las falsificaciones, rápidamente los falsificadores ponen manos a la obra y salen del trance con éxito rotundo.
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¡Cuidado con los tupamaros!
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