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Crónicas habaneras

Como al cubano le encanta la “discutidera” por cualquier cosa, pues también hay opiniones a favor, en contra, y todo lo contrario, sobre una reciente disposición del Ministerio de Salud Pública regulando los horarios de visita a los enfermos ingresados en los hospitales. EL BORRACHO Y EL CANTINERO

Como al cubano le encanta la “discutidera” por cualquier cosa, pues también hay opiniones a favor, en contra, y todo lo contrario, sobre una reciente disposición del Ministerio de Salud Pública regulando los horarios de visita a los enfermos ingresados en los hospitales.

Desde ya, solo se puede visitar a los parientes o amigos ingresados, los martes y los jueves, de seis a siete de la tarde, los sábados en el mismo horario, y los domingos, de dos a cuatro.

Esto parece nuevo pero no lo es. Hace mucho tiempo todos los centros de salud mantenían esa disposición a capa y espada, pero poco a poco la disciplina se fue resquebrajando y el relajo triunfando.

Algunos dicen que fue a causa del período especial, cuando todo se fue a bolina y había que flexibilizar un poco las disposiciones por la falta de transporte, los apagones y la mala comida de los hospitales, a donde muchos le llevan hasta el desayuno a sus enfermos. Y luego se quedó la costumbre.

Para Carmina, que con sus 79 años y su mala salud ingresa a cada rato, la medida es un fastidio. “Es un aburrimiento recibir visitas nada más que un ratico unos pocos días a la semana, y el resto del tiempo, a mirar el techo” dice con mala cara.

Pero Gonzalo pina todo lo contrario: “Ojalá eso hubiera funcionado cuando estuve ingresado una semana en La Convadonga, para una operación urgente de apendicitis, porque yo quería descansar y tenía toda la parentela el santo día haciendo cuentos y preguntándome cada cinco minutos si me sentía bien”.

Pancho es otro que no está de acuerdo, y no es para menos, pues entraba a las salas como Pedro por su casa a la hora de desayuno, almuerzo y comida, a vender pan con jamón a 10.00 pesos, lo mismo a los visitantes que a las enfermeras y hasta a los enfermos aunque tuvieran prescrita dieta blanda.

Gregorio, médico desde hace 40 años, está encantado: “Al fin puedo atender a mis pacientes con tranquilidad, sin tener que estar explicando a media Habana, durante todo el día, qué padece cada enfermo y cuándo le vamos a dar el alta”.

En fin, que como acuña el refrán, una cosa dice el borracho, y otra el cantinero.

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