Al igual que los chinos, los cubanos no pueden vivir sin arroz, que blanco, amarillo o en congrís y hasta en la sopa a falta de fideos, no puede faltar en la mesa. Al igual que los chinos, los cubanos no pueden vivir sin arroz, que blanco, amarillo o en congrís y hasta en la sopa a falta de fideos, no puede faltar en la mesa.
Según la libreta de abastecimientos (la llevada y traída cartilla de racionamiento) cada cubano consume mensualmente tres kilogramos y medio, por lo menos, pues muchas familias recurren al mercado con precios «liberados» para completar su dieta mensual del cereal.
El precio del grano «en la libreta» es irrisorio, pero a veces parece que funciona aquello de que «a caballo regalado no se le mira el colmillo» y el producto no es de buena calidad, como el que está llegando al mercado hace ya dos meses: un arroz de grano partido, no se sabe si nacional, de importación o donado por algún país «amigo», que tiene medio locas a las amas de casa, porque aunque le echen mucha o poco agua, alguna grasa o ninguna, y le den más o menos candela, «no crece y se hace un mazacote en el caldero», como asegura Ana, que debe cocinar para siete y ya no sabe qué inventar para que quede desgranado.
Teresita su prima, que es exagerada para todo, asegura que cuando lo está cocinando, «para revolverlo necesito una pala en vez de una cuchara». Algunos prefieren pagar a 5.00 pesos la libra en el agromercado por el arroz brasileño, de excelente calidad, pero ante tanta demanda este ya este ha ido desapareciendo y no queda de otra que comerse el malo.
Y con ese don de los cubanos para ponerle coletilla a todo, ya algunos lo han bautizado como «engrudo», «picotillo» o «el militar», porque se come en pelotones.