Una cosa dice el borracho, y otra el cantinero

Radio Bemba

Desde hace rato el tema viene dando vueltas, pues en varias ocasiones autoridades cubanas de distinto rango han anunciado que el gobierno proyecta deshacerse del control estatal sobre la gran mayoría de los servicios gastronómicos, que pasarían a manos privadas o de cooperativas. Desde hace rato el tema viene dando vueltas, pues en varias ocasiones autoridades cubanas de distinto rango han anunciado que el gobierno proyecta deshacerse del control estatal sobre la gran mayoría de los servicios gastronómicos, que pasarían a manos privadas o de cooperativas.

Según datos oficiales, hasta el momento solo el 11% de los 11.000 restaurantes y cafeterías estatales son gestionadas por autónomos -trabajadores por cuenta propia, según la jerga local.

Si eso ocurre, será un salto enorme, porque son miles y miles los trabajadores empleados en ese sector, aunque de seguro, más que un salto, las autoridades preferirán ir pasito a pasito para evitar el despelote, como acostumbran hacer con casi todas las medidas aplicadas en los últimos años para «actualizar» el modelo económico de país.

En un reciente evento internacional sobre gastronomía, la viceministra de Comercio Interior Ada Chávez explicó a los delegados la nueva política aprobada por el gobierno en esa dirección, pero advirtió que se mantendrá la propiedad estatal sobre los inmuebles, aunque podrán ser arrendados o vendidos los equipos, útiles y herramientas.

Es decir, algo muy parecido a lo practicado con servicios como los de barberías, peluquerías, reparación de electrodomésticos y otros.

Pero sea como sea el sistema, la rotunda mayoría de la población pide a gritos que acaben de pasar a manos privadas o cooperativas los restaurantes y cafeterías, en la mayoría de los cuales la atención a los clientes es infumable.

“Está más que demostrado que en casi todos esos establecimientos el robo es doble: le roban al cliente, pues te sirven menos de lo que deben y te cobran lo mismo o más; le roban al Estado, porque hacen negocios por la izquierda con muchos de los productos que reciben, y encima de eso, cobran un salario por no disparar un chícharo” asegura indignada Herminia para quien “es preferible comer caro en una paladar que pasar un buche amargo barato en una cafetería del Estado”.

Y como Herminia, son muchos los que piensan igual o parecido.

Sin embargo, no son pocos los empleados de la gastronomía que ven con preocupación los posibles cambios.

Teresita es una entre muchos, porque presiente que “vamos a tener que trabajar como mulos, pagar el agua, la electricidad y todo lo demás y no dudes que a muchos los dejen en la calle, porque en la pizzería donde yo trabajo hay por lo menos diez personas en cada turno y la mitad se pasan el día echándose fresco”.

Todo indica que para una buena parte de esos empleados, son muchos años acostumbrados a “vivir del cuento” y buscándose dinero, incluso mucho dinero, sin esforzarse lo necesario, vendiendo por la izquierda los insumos y productos, y un cambio tan radical no les hace la menor gracia.

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