Para los cubanos fumadores la cosa se pone cada vez peor. Para los cubanos fumadores la cosa se pone cada vez peor. No se trata de que se prohíba a rajatabla fumar en los bares y otros lugares públicos; eso sucede y la mayoría de la gente lo asume con disciplina. La cuestión es que cada vez cuesta más trabajo fumar con «plena confianza» sin encontrarse con una cajetilla de «tupamaros». Nadie sabe a ciencia cierta por qué los cigarrillos falsos son identificados con el nombre del antiguo grupo guerrillero del Uruguay, quizá po aquello de que son clandestinos, pero el caso es que están en cualquier tienda, y usted que pensaba haber gastado 7.00 pesos en una cajetilla de Criollos, de pronto se da cuenta de que compró una de tupamaros, cuando el humo comienza a darle una sospechosa garraspera en la garganta y el sabor es a rayos y no al mejor tabaco del mundo. Mira el paquete de tabaco y nada, el mismo papel por dentro y por fuera, los mismos letreritos de Salud Pública advirtiendo que fumar daña su salud, y ya llevan hasta el sello de agua con el cual un buen día las autoridades pensaron que iban a garantizar la legitimidad de los cigarrillos.
Y lo peor del caso es que no hay indicios visibles de que se tomen medidas con los falsificadores. Con los tabacos de marca, destinados a la exportación, ocurre algo diferente, y los traficantes son perseguidos hasta los quintos infiernos y bien sancionados. Pero los productores de Criollos tupamaros no parecen correr el mismo peligro.
Y deben estar ganando un dineral, porque si sumamos de siete en siete pesos, y la cantidad de paquetes de tabaco que circulan, pues la cuenta debe ser de susto. «Lo que tienes que hacer es acabar de dejar el cigarro» me dijo mi mujer el otro día, aunque mi única respuesta, como buen fumador, fue degustar el humo recién aspirado, para tratar de diferenciar a un Criollo legítimo de un tupamaro…