El Cristo de La Habana, de nuevo a la vista de todos

”¡MIRA QUE LINDO!”, fue la expresión de una muchachita con uniforme de preuniversitario que caminaba junto a unas amigas por donde comienza la Avenida del Puerto, con lo que llamó la atención de todos los que andaban por allí. ”¡MIRA QUE LINDO!”, fue la expresión de una muchachita con uniforme de preuniversitario que caminaba junto a unas amigas por donde comienza la Avenida del Puerto, con lo que llamó la atención de todos los que andaban por allí.

Efectivamente, encaramado sobre lo más alto del pueblito de Casablanca, aparecía El Cristo de La Habana, blanquito como coco, mirando para la ciudad como desde hace poco más de medio siglo.

Muchos nos sorprendimos, efectivamente, porque desde hace meses nos acostumbramos a verlo -o mejor dicho, a no verlo- escondido de la cabeza a los pies por un entramado de tablas y andamios, porque después de tantos años de lluvia, sol, rayos que le partieron la cabeza más de una vez, cagadas de palomas y hasta ladrones que le llevaron unas cuantas piezas de su cubierta de mármol de Carrara, la Oficina del Historiador le «metió mano» con todas las de la ley en una restauración capital.

Y ya está de nuevo a la vista de todos, saludando a los que llegan, con un gesto de bendición hacia la ciudad que se extiende a sus pies, más allá de la boca de la bahía, “para que lo recuerden, no para que lo adoren, porque es de mármol”, como dijera un día Hilda Madera, la escultora que lo erigió.

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