En un país como Cuba, sobre el cual con mucha frecuencia prevalece la percepción de que la pobreza lo inunda todo, hay acontecimientos que marcan diferencia y uno de estos contó recientemente con una numerosa concurrencia en el extenso y siempre poco visitado Gran Parque Metropolitano. En un país como Cuba, sobre el cual con mucha frecuencia prevalece la percepción de que la pobreza lo inunda todo, hay acontecimientos que marcan diferencia y uno de estos contó recientemente con una numerosa concurrencia en el extenso y siempre poco visitado Gran Parque Metropolitano.
Porque más de 200 perros cubanos y unos 20 extranjeros concursaron en el II Campeonato Panamericano de Todas las Razas, que incluyó además el Primer Campeonato Panamericano de Perros de Protección, eventos auspiciados por la Federación Cinológica de la isla.
Ciertamente, lo de Panamericano le quedó un poco grande, pues además de los cubanos, solo estuvieron en la muestra ejemplares de México y Venezuela, pero aún así los canes competidores evidenciaron que en la isla el mejor amigo del hombre cuenta con muchos fieles, excelentes amos y mejores exponentes.
Soberbios representantes de las razas Gran Danés, Rottweiler, Yorkshire Terrier, Husky Siberiano, Chow Chow, Beagle, Dálmata, Labrador Retriever, Cocker Spaniel y Lebrel Afgano, entre otros, pasearon y mostraron sus habilidades en el bien cuidado césped del Parque Metropolitano, acompañados por sus dueños, enfundados en las mejores galas, incluido el inusual traje y corbata, a pesar del sol implacable de un febrero con un calor de junio a media mañana.
Tampoco faltó el Bichón Habanero, reconocido como una raza exclusiva de Cuba, aunque parece un animal más apropiado para pasear sus larguísimas mechas por las calles de las ciudades europeas, que bajo la canícula cubana.
Además se disputaron una larga lista de premios, entre ellos los de campeón joven cubano, campeón, gran campeón cubano, campeón veterano y campeón panamericano.
Pero quizá tan pintoresca como la muestra de las razas fue la variopinta concurrencia, entre la cual buena parte de los espectadores acudieron con sus respectivas mascotas, entre ellas multitud de salchichas, chihuahuas, pastores alemanes, labradores y una infinidad de «satos» de todos los colores, pelajes y tamaños, que como ocurre a nivel de los humanos, parecían querer codearse con la aristocracia perruna en busca de alguna mejoría social.
Pero todo esto es la fachada, porque el campeonato es, sobre todo, el resumen de una larga cadena de sacrificios de sus dueños en un país donde muchas personas, en su lucha diaria por subsistir, no olvidaron ni en las buenas ni en las malas a sus mascotas, pasaron juntos los días negros del período especial, compartieron lo poco que había, e incluso hicieron sacrificios a favor de sus animalitos.
Y lo hacen todavía hoy, cuando, como primer paso, adquirir un perro de raza es prohibitivo pero muchos se las agencian para tenerlo; alimentar a un gran danés, por ejemplo, es más difícil que darle comida a un batallón; bañar con champú a un cocker spaniel obliga a gastar unos cuantos CUC, y atender a cualquiera en un veterinario «particular» cuesta oro.
Y más atrás aún hay historias de amor y desamor y hasta del mejor humor negro. Como la de Pulguita, una satica que nació con una patica atrofiada y que se ha convertido en la reina de la casa, porque su defecto congénito, más que una limitante la hace más graciosa aún, y poco le falta para actuar en un circo, ya que posiblemente sea el único can en el mundo que no camina hacia adelante, sino para la derecha o la izquierda..
O Carmela, una hermosa Chow Chow cuyos dueños compraron con ánimo de lucrar vendiendo los cachorros, pero se percataron demasiado tarde que era lesbiana, por lo cual se esfumaron las esperanzas monetarias y al final terminaron aceptando su «desviación sexual».
Y ni hablar de Elmer, un regio lebrel afgano, ya veterano, que cuando era más joven «actuó» como mascota de una de las codiciosas hijas del Rey Lear en la puesta en escena de la famosa obra de Shakespeare, y convirtió el drama en comedia, en pleno Teatro Nacional, cuando en uno de los momentos más dramáticos se le ocurrió hacer popó en medio del escenario, ante un rey que no sabía por que llorar más, si por la maldad de sus hijas o por la indecencia de Elmer, que le hizo perder la inspiración.
Ante tal impudicia, Elmer perdió su empleo, y al día siguiente fue sustituido por un gato.