Falta poco más de un mes para que se celebre el anunciado congreso del Partido Comunista en el que, a la par que se promoverá un cambio en el modelo económico, se dará algún paso significativo para establecer un principio de reconocimiento de la propiedad privada, al menos según la opinión más extendida entre todos los variopintos analistas que suelen disertar sobre temas cubanos, desde los locutores callejeros de Radio Bemba, a los diplomáticos ociosos. Falta poco más de un mes para que se celebre el anunciado congreso del Partido Comunista en el que, a la par que se promoverá un cambio en el modelo económico, se dará algún paso significativo para establecer un principio de reconocimiento de la propiedad privada, al menos según la opinión más extendida entre todos los variopintos analistas que suelen disertar sobre temas cubanos, desde los locutores callejeros de Radio Bemba, a los diplomáticos ociosos. Incluso se suman a esta tendencia muchos empresarios internacionales con intereses en la Isla que aspiran a iniciar nuevos proyectos en el país, en cuanto los cambios legales por llegar se lo permitan. Y en este periodo, algo convulso y plagado de incertidumbres para el cubano de a pie, empiezan a detectarse también algunos movimientos sociales que abren pequeños espacios para el análisis del futuro económico. Como, por ejemplo, la aparición de una incipiente corriente de opinión entre los jóvenes economistas de los centros oficiales que piden más mercado y menos planificación económica, o las medidas intervenciones que se producen desde el entorno de la Iglesia católica que apuntan en el mismo sentido.
Mientras esto ocurre, los ciudadanos del país parecen haber decidido que la teoría económica es una cosa y pagar los plazos comprometidos por unos electrodomésticos chinos que no salieron buenos, desde frigoríficos a ollas arroceras, es otra cosa. En su día el Gobierno les ‘vendió‘ los aparatos dentro de un programa de ahorro energético que fue el último gran empeño de Fidel antes de ceder el mando a su hermano. Se trataba de cambiar el parque ineficiente de cacharros antediluvianos que poblaban las cocinas y los salones de estar de la Isla por otros inventos que consumían menos energía.Los interesados tenían la posibilidad de abonar lo adquirido en cómodos plazos. Pero los interesados de entonces argumentan que ‘les obligaron‘ y optan por no pagar. Los editorialistas de Granma les han recordado la deuda esta semana.
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