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Los cubanos, prudentes ante el asunto de la nueva Ley de Inversión extranjera

Lo dicen testimonios directos recogidos en los mentideros de La Habana: al cubano de a pie, el asunto de la nueva Ley de Inversión Extranjera le deja más bien frío. Lo dicen testimonios directos recogidos en los mentideros de La Habana: al cubano de a pie, el asunto de la nueva Ley de Inversión Extranjera le deja más bien frío. No está claro si esto es así por su hábito tradicional de darle tiempo al tiempo y no ‘coger ducha‘ con excesiva facilidad o por otra cosa, pero lo cierto es que la población parece haber decidido esperar a ver en que acaba todo antes de lanzar las campanas al vuelo ante el posible impacto beneficioso en su vida cotidiana de estas reformas.

También resulta evidente que en la comunidad inversora internacional no se han detectado grandes episodios de entusiasmo. Quizá porque también aquí la experiencia es un grado y se sabe que en lo que respecta a Cuba, importan mucho más los detalles y la implementación de las normas que las declaraciones grandilocuentes que se pronuncian en la Asamblea del Poder Popular o cualquier otro foro político oficial. Por otra parte, el resultado de los negocios que se impulsaron tras los primeros conatos de tímida apertura que tuvieron lugar en la década de los noventa del pasado siglo, fue muy decepcionante. Y está demasiado reciente. Algunos arriesgados aventureros que tuvieron que arriar velas tardaron más de un lustro en recuperar una mínima parte de lo que se les debía. La herida aún no está cerrada y la desconfianza siguen instaladas en los ambientes empresariales internacionales donde hubo, y aún podría haber, interés en invertir en la Isla.

El texto, además, no resuelve algunas cuestiones fundamentales que preocupan a los empresarios. Por ejemplo, no se sabe con exactitud si van a poder contratar directamente a sus empleados cubanos y establecer con ellos unas relaciones laborales sin la intermediación de la agencia estatal. Tampoco cuáles van a ser sus posibilidades de acceder a las divisas, cómo se articularán los mecanismos que permitan importar lo que se necesite para producir y exportar los productos acabados. Sin contar con otras inquietudes, que no dependen tanto del texto pero que están ahí como la baja calidad del servicio telefónico, con pésimas prestaciones, y navegación por Internet que, a pesar de eso, es excepcionalmente caro.

En definitiva que ante las incertidumbres varias y los muchos aspectos aún por desarrollar, parece que la prudencia recomienda esperar y ver. Es decir, seguir el consejo experto que surge desde la propia actitud de la población cubana que sabe muy bien cómo reaccionar en estos casos.

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