Desde el Malecón

El Servicio Militar Obligatorio y la vida en «Posición Uno»: disciplina, huellas y enemigos internos

Una generación marcada por la obediencia y el peso de la rutina.

Ejército de Cuba

El Servicio Militar Obligatorio (SMO) dejó una huella profunda en quienes lo vivieron, enseñando disciplina, obediencia y sacrificio, pero también revelando un enemigo inesperado: las arbitrariedades del día a día dentro de la propia tierra.

En los años del Servicio Militar Obligatorio, el término “Posición Uno” simbolizaba estar listo para actuar de inmediato. Un misil preparado para su lanzamiento o un piloto dentro de un caza aguardando la orden de despegar. Era la expresión máxima de la disposición al combate, de la tensión permanente de quienes tenían la misión de defender la isla.

La experiencia de miles de jóvenes en el SMO no solo fue entrenamiento militar: fue también una escuela de vida marcada por la obediencia y la disciplina

Aunque el SMO mutó en sus siglas hacia Servicio Militar Activo (SMA), la esencia de la obligatoriedad se mantuvo intacta. Aquella etapa enseñó rigor y responsabilidad en lo cotidiano, hasta en lo más mínimo: desde no tirar una colilla al suelo hasta asumir que las órdenes se cumplen primero y se discuten después.

La huella del uniforme en la vida civil

Quienes completaron la experiencia del servicio saben que la marca no se borra fácilmente. Al vestir de paisano, muchos comprobaron que la vida civil no sigue los mismos códigos de disciplina, que aquello de cumplir las órdenes sin rechistar es un principio que en la vida cotidiana pocos respetan.

La vida militar imprime carácter: deja cicatrices visibles e invisibles, comparables a una herida que nunca termina de cerrar

El servicio dejó en muchos una sensación ambivalente: orgullo por haber servido a la patria, pero también el recuerdo de sacrificios y tensiones que marcaron para siempre su manera de entender la obediencia, el honor y el deber.

Entre el enemigo externo y el interno

Bajo ese precepto del deber, no pocos tuvieron que embarcarse en buques o subir a aviones, fusil en mano, con la incertidumbre de jugarse la vida fuera de la isla. Esa experiencia se convirtió en una cicatriz difícil de borrar.

Hoy, para quienes nunca han pensado en abandonar Cuba, la “Posición Uno” continúa, pero con un matiz distinto. Ya no se trata de estar listos frente a un enemigo externo, sino de lidiar con un adversario cotidiano, muchas veces detrás de un buró, en la misma tierra que juraron proteger.

El enemigo ya no llega en barcos ni aviones: se encuentra en casa, en las arbitrariedades que amargan la vida diaria

Una lección que persiste

El paso por el Servicio Militar Obligatorio transformó a toda una generación. Convirtió la juventud en una etapa de vigilancia constante, de disciplina férrea y de sacrificio personal. Y aunque el tiempo ha pasado, la enseñanza permanece: vivir en “Posición Uno” no solo era estar listo para el combate, sino también para resistir las pruebas de la rutina y de la vida misma.

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