Más allá del igualitarismo de la Cuba comunista, en parte real, en parte cuento, lo cierto es que en la isla nunca la gente ha sido tan igual, y los ricos siempre existirán, a pesar de los intentos de Castro por eliminar la plaga, pero las causas de esa persistencia no son lo que viene al tema. Más allá del igualitarismo de la Cuba comunista, en parte real, en parte cuento, lo cierto es que en la isla nunca la gente ha sido tan igual, y los ricos siempre existirán, a pesar de los intentos de Castro por eliminar la plaga, pero las causas de esa persistencia no son lo que viene al tema.
Se trata de cómo medir la riqueza en Cuba, esta isla tan diferente, donde los cálculos de la revista Forbes no funcionan, y si usted quiere saber quiénes son los que en apariencias tienen más plata, solo tiene que fijarse en los muros de las casas.
Esa es la receta de Radio Bemba, y no falla. Hace unos años, rodear la casa con una cerca de malla Peerles, era lo máximo, pero ya esos tiempos pasaron.
Ahora, los más ricos levantan a todo alrededor de su vivienda un alto muro de ladrillos, y si tienen mucha plata coronan la muralla con una reja de hierro fundido terminada en puntas de flecha y adornada con incrustaciones en bronce, algo así como un monumento a la ostentación, que casi siempre va acompañada por el mal gusto. En el orden descendente de la escala, vienen los que levantan el muro, pero más discreto, es decir, sin la reja y de paredes más delgadas, pero llamativo igual.
Bajaron al tercer lugar de la escala los poseedores de las cercas Peerles, que ya no son nada chic, porque en los barrios residenciales de La Habana hay cuadras enteras con todas las casas rodeadas de vallas idénticas, como si se tratara de un enorme gallinero. Pero estos a su vez se dividen en dos categorías: los que tiene más recursos sobreponen a la reja planchas de metal, para aislarse del mundanal ruido, los menos poderosos la dejan tal como está y, en el mejor de los casos se conforman con un tupido seto, más barato, «ecológico» y que cumple igual objetivo.
Al final de la escala están quienes mantienen sus casas como cuando las construyeron, con un humilde murito o reja de apenas un metro de altura, que malamente sirve para deslindar el terreno, pero no para proteger riqueza alguna de mirones y cacos, que no hace falta, y son un indicativo seguro de que los moradores de la vivienda están, como se dice por estas tierras, en la fuácata, es decir, que no compran en las choping ni en los mercados agropecuarios y a duras penas resisten con la «libreta».
Por supuesto, siempre hay excepciones en todas direcciones, y hay gente que «sorprende», pero estas, al fin y al cabo, confirman la regla.