Las autoridades cubanas han debido comprar azúcar a los franceses ante la incapacidad de surtir el mercado local.
Si años atrás se le hubiera preguntado a un cubano si pensaba que alguna vez le faltaría azúcar para el café y que debía adquirirla nada menos que en Francia, al instante no dudaría en certificar que el preguntón estaba loco de remate.
Pues así ha ocurrido en un acto de vergüenza nacional: ante la incapacidad de surtir el mercado local, las autoridades han debido comprarla a los franceses para poder suplir la entrega por canasta básica desde hace dos meses a razón de unos dos kilos por persona.
El azúcar, que hasta ahora ningún expendedor puede asegurar si se trata de remolacha o caña, ha llamado la atención de los consumidores por el color tan blanco como pulcro. Esto, en instantes en que el presidente Miguel Díaz-Canel se acaba de reunir en Nueva York con importantes ejecutivos agrícolas estadounidenses interesados en negociar con la isla y advertirles que «once millones de personas (población aproximada de Cuba) no es un mercado a desaprovechar».
Desde hace largo tiempo, todavía la isla debe importar unos 2.000 millones de dólares anuales en alimentos. Después de esto del azúcar francés, cabe preguntarse si al margen de los efectos tan dañinos del cambio climático, entre otras razones, tendremos en el futuro cercano que comprarle el ron a los chinos y tabaco a los turcos.
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