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Los compradores de oro ya no se escuchan en las calles de La Habana

Radio Bemba

Si el pregón forma parte del folclore cubano, incluso con una canción antológica como “El manisero”, llama la atención la desaparición de uno de los más enigmáticos: el de los que andaban por todos los barrios de la ciudad reiterando a voz en grito «¡Compro pedacitos de oroooo!» Si el pregón forma parte del folclore cubano, incluso con una canción antológica como “El manisero”, llama la atención la desaparición de uno de los más enigmáticos: el de los que andaban por todos los barrios de la ciudad reiterando a voz en grito «¡Compro pedacitos de oroooo!»

Ya no se escuchan por ninguna parte y hay quienes aseguran entre risas que “el oro se acabó en Cuba”. Porque, efectivamente, compraban cualquier pedacito de oro: desde pedazos de cadenas hasta dientes postizos, pasando por armaduras de espejuelos de difuntos.

Y no a cualquier precio, sino siguiendo al pie de la letra las fluctuaciones de la onza de oro en el mercado internacional. Algo sorprendente en un país donde no existe bolsa de valores y seguir los movimientos de las finanzas por internet es casi ciencia ficción.

Los más ingenuos afirman que esos pedacitos de oro estaban destinados a la confección de nuevas joyas. Pero otros, con más chispa, aseguran que la compra de “pedacitos” es la base de un negocio redondo que pasaba por fundir el metal, convertirlo en lingotes y sacarlo clandestinamente del país hacia mercados donde el negocio del oro mueve millones.

Contrabando puro y duro, que las autoridades mandaron parar. Por eso difícilmente hoy a alguien se le ocurra vocear en plena calle que compra pedacitos de oro.

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