Diez meses después de que la Casa Blanca haya cambiado de inquilino y, a pesar de las expectativas despertadas por la llegada de Obama a Washington, no podría decirse que se hayan producido avances significativos en las relaciones entre EEUU y Cuba. Diez meses después de que la Casa Blanca haya cambiado de inquilino y, a pesar de las expectativas despertadas por la llegada de Obama a Washington, no podría decirse que se hayan producido avances significativos en las relaciones entre EEUU y Cuba. Es cierto, sin embargo, que se han eliminado algunas órdenes presidenciales emitidas por el anterior presidente George Bush, un republicano con muchas facturas que pagarle al anticastrismo radical, que optó por tensar el embargo. De modo que se ha regresado así a una situación más relajada, similar a la que se vivió en los años en los que el demócrata Bill Clinton estaba en el poder. Un momento en el que muchos llegaron a creer posible el fin del embargo. Pero, dicho esto no parece haber pasado nada más todavía. Aunque, algunos analistas, expertos en diplomacia de alto riesgo no están del todo de acuerdo con la afirmación anterior.
En cualquier caso, las pocas novedades reseñables, pero de importancia, vienen del mundo de esa diplomacia amable relacionada con los eventos culturales y deportivos que tan buenos resultados ha dado siempre para romper el hielo en las relaciones históricamente congeladas. En sólo tres semanas han ocurrido varias cosas. Se ha celebrado, por ejemplo, en La Habana un macroconcierto por la Paz, promovido por Juanes, que ha reunido a un millón de personas dispuestas a soportar el calor abrasador de los medio días habaneros y felices con lo mejor del pop latino. Una reunión de estrellas que no se recordaba desde los sesenta, cuando el Festival de Varadero contaba con las actuaciones de estrellas españolas como Serrat o Fórmula V. Además, en su celebración de aniversario, la Oficina de Intereses de EEUU ha evitado invitar a los disidentes habituales para agasajar a personalidades del mundo de la cultura. Artistas cubanos, en su mayoría, vetados por los colectivos más montaraces de Miami, pero plenamente respetados por la industria. Algunos de ellos, como Omara Portuondo o Pablo Milanés actuarán en EEUU tras seis años de veto. A lo mejor sólo son anécdotas. O quizá no.
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