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Los sueños de un pipero

Radio Bemba

«Ya lo dice el refrán: La avaricia rompe el saco». «Ya lo dice el refrán: La avaricia rompe el saco».

Esa es la principal conclusión que ha sacado la mayoría de quienes han visto las fotos que andan por La Habana, de computador en computador, gracias al email y las USB. La historia ocurrió en Matanzas, unos 100 kilómetros al este de la capital, donde un pipero -así se le dice a los choferes de los camiones cisterna, que en Cuba se denominan pipas- metió la mano hasta el fondo quizá con el sueño de convertirse en millonario.

Manejar una pipa puede ser un buen negocio. Cuando es de agua potable, algunos la desvían tranquilamente de su recorrido para llenar los tanques de algún vecino que por la sequía o por roturas se quedó sin el imprescindible líquido, y lo resuelve pagándole al chofer unos cuantos cientos de pesos. Si las pipas son de gaseosa o cerveza, en los tiempos del periodo especial usted podía hacer tremenda fiesta en su casa, con la bebida a granel, y gracias a una buena cantidad de plata por delante, aunque esta modalidad ya ha pasado de moda, porque todos prefieren el refresco o la cerveza en laticas o botellas. Pero si el camión cisterna es de combustible, usted lo que transporta es oro negro o refinado, y si es un poco soñador y un poquito más ambicioso, pues solo queda aprovechar la pipa que dios nos puso en las manos.

Y parece que eso fue lo que pensó el pipero de Matanzas: Las fotos dan cuenta de que estuvo a punto de hacerse millonario, antes de que la policía económica lo cogiera con las manos en la masa. Para empezar, una casita de tres pisos. La planta baja sencilla y discreta, como correspondería a un humilde chofer de pipa, con muebles «to’s tenemos» y hasta las paredes desconchadas, pidiendo pintura, como para no llamar la atención. Pero al subir la escalera… de todo como en botica, y bueno, bonito, y caro, incluido cuarto de baño con yacuzzi incluido.

Y mucha plata, por cajas. Y todo bien organizado, en paquetes de billetes de 100 y 50 pesos con su correspondiente papelito indicando la cantidad, 15.000, 20.000, 13.000… y un gran maletín, también con paqueticos, pero no de pesos cubanos, sino de verdes dólares. Pero como la riqueza sabrosa no es la que se disfruta a escondidas sino la que se exhibe, en algún momento el hombrín debió haber llamado demasiado la atención con el espectacular Mercedes de color negro que se había regalado con su modesto sueldo de camionero estatal. Nada, que tal vez soñaba con ser embajador.

Lo bueno del caso es que para robar la gasolina y venderla a quien sabe cuánta gente, había comprado o falsificado una considerable cantidad de sellos que solo poseen los administradores de las gasolineras, que en principio son los únicos autorizados a abrir el grifo de las cisternas para descargar su contenido.

Así que el pipero de Matanzas posiblemente no sea el único en la jugada, sino quizá solo la punta del iceberg que rompió el saco de la avaricia. Ahora debe estar «guardado» en quién sabe dónde, pero para muchos ser pipero sigue siendo un negocio redondo.

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