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El viaje a Moscú de Raúl Castro muestra el giro de la política exterior en La Habana

En 15 días...

Se ha hablado mucho de los cambios que Raúl Castro va a impulsar en Cuba, pero, de momento, el único cambio que puede percibirse con claridad en los últimos tiempos es el que afecta a la evolución de la política exterior cubana. Se ha hablado mucho de los cambios que Raúl Castro va a impulsar en Cuba, pero, de momento, el único cambio que puede percibirse con claridad en los últimos tiempos es el que afecta a la evolución de la política exterior cubana. En los dos años y medio largos que hace ya que Fidel Castro abandonó el ejercicio diario del poder hemos pasado de un largo período de aislamiento a una situación radicalmente distinta. Desde octubre de 2008 hasta ahora mismo, y a un ritmo extraordinariamente vivo, hemos podido ser testigos de una fluida racha de viajes oficiales de distintos presidentes latinoamericanos que han pasado por la capital habanera.

No sólo eso, el propio Raúl ha empezado a realizar también salidas al extranjero en un periplo que acaba de conducirle a Moscú, desplazamiento que ha roto una racha histórica de 23 años, período durante el cuál ningún dirigente de la Isla ha visitado la Federación Rusa y con independencia de que el protocolo moscovita no haya sido muy generoso con el menor de los Castro, a tenor de la comitiva de recibimiento que tuvo en el aeropuerto, desde La Habana se insiste en que durante este viaje se van a firmar acuerdos de mucha importancia para el futuro económico y político de la mayor de las Antillas. No resulta complicado establecer un simple paralelismo entre las fechas elegidas para este viaje a Moscú y la toma de posesión de Barack Obama, el nuevo inquilino de la Casa Blanca. Aunque no parece razonable pensar en que rusos y cubanos se planteen resucitar las situaciones vividas hace ya casi 50 años, cuando esta relación bilateral tenía un alcance y un significado muy concreto que difícilmente podrán repetirse, sí que resulta curiosa la coincidencia que han marcado las agendas. Y, mientras, al habanero de a pie, sólo le queda mirar todas las mañana por encima del muro del Malecón, en un gesto que ya se ha convertido en costumbre, para ver si, por fin, se levantan los límites que existen en las relaciones establecidas entre los habitantes de los dos lados del Estrecho de la Florida, porque están seguros de que las cosas irían a mejor.

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