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Los cubanos esperan mas bien poco de la visita a la Isla de Benedicto XVI

En 15 días...

Recuerden estas palabras: “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, esa fue la célebre frase que legó a la posteridad del Sumo Pontífice Juan Pablo II durante la visita que realizó a la Isla en el año 1998. Recuerden estas palabras: “que Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, esa fue la célebre frase que legó a la posteridad del Sumo Pontífice Juan Pablo II durante la visita que realizó a la Isla en el año 1998. Aquel acontecimiento representó un antes y un después en la historia cubana y, a pesar de la euforia que desató inicialmente, ese punto de inflexión no fue necesariamente para bien.

De hecho, 1999, el año siguiente marcó –como dirían Carlos Puebla y los Tradicionales- una nueva “mandada a parar”, del Comandante Fidel Castro, entonces todavía al mando y en plena forma. Fidel inició un proceso con el propósito de andar lo desandado, de volver atrás sobre buena parte del camino recorrido hacia la democracia y la apertura y la internacionalización de la economía cubana y sus relaciones comerciales, en un proceso iniciado por pura necesidad más que por convicción. Aquella década, marcada por el final de la URSS, tuvo su inolvidable ‘periodo especial‘ que casi deja a los cubanos como vulgares amasijos de piel y huesos.

Quizá haya sido la Iglesia católica, el único actor de la sociedad cubana que, desde la fecha del primer viaje papal, ha conseguido un aumento sustancial de su posición y su apoyo social y consolidado su papel como lo más parecido a un interlocutor político internacional que admiten los Castro y reconoce La Habana. Hay que espera ahora que si el viaje de Benedicto XVI que va a celebrarse no alumbra una máxima tan contundente y mediática como la de su antecesor, al menos proporcione más resultados tangibles a medio plazo. De momento, lo más destacable es el énfasis que parece hacer el Vaticano en la consolidación de los espacios conseguidos. También que, si el primer viaje de un Pontífice fue una fiesta para la sociedad cubana, absolutamente entregada al histórico evento, ahora parece que los habitantes de la mayor de las Antillas manifiestan mucho menos interés. Excepto quizá en conocer el itinerario de los paseos del ‘papamóvil‘ por aquello de que si hay suerte, igual asfaltan alguna que otra calle cerca de casa.

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